En primer lugar, un combustible es aquella sustancia que, combinada con oxígeno, es capaz de reaccionar a través de la expulsión de calor. Una vez profundizamos en este vasto concepto, los combustibles fósiles son aquellos que proceden de la biomasa producida por la propia Tierra en otros períodos pasados.

El proceso de enterramiento, transformación, aumento de temperaturas y condiciones del medio dan como resultado la formación de estas sustancias de gran contenido energético utilizadas para abastecer o propulsar diferentes sistemas además de la creación de otros muchos productos englobados en el mundo de la alimentación o la construcción.

Si bien los combustibles fósiles aportan un gran componente energético, también suponen una amenaza para el medio ambiente, ya que favorecen la emisión de gases invernadero a la atmósfera. Su capacidad limitada los convierte en energías no renovables que, a su vez, no siempre son fáciles de encontrar.

Tipos de combustibles fósiles

Los combustibles fósiles más usuales son cuatro:

  • Petróleo: Líquido de textura oleosa formado por carbono e hidrógeno localizable a profundidades que pueden alcanzar hasta los 5000 metros. Supone uno de los combustibles más consumidos del planeta, siendo un componente de fibras y plásticos además de gasolina y otros muchos elementos.
  • Carbón: Mineral formado de restos vegetales milenarios y utilizado, generalmente, para activar el funcionamiento inicial de barcos y trenes, si bien hoy es empleado en perfumes, plásticos y aceites.
  • Gas natural: Compuesto de metano e hidrógeno, el gas natural se utiliza, principalmente, para la calefacción de edificios o centrales eléctricas.
  • Gas extraído del petróleo: Combinación de gases del gas natural disueltos en petróleo, dando como resultado una mezcla de butano y propano utilizada como combustible para vehículos o generación eléctrica.